El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lucía en la cumbre de Davos un abrigo modelo Islandia III, de la marca española Joma, que anticipaba el discurso que iba a hacer después ante los empresarios del Ibex: no al neoliberalismo y bienvenida la vuelta del socialismo. El abrigo era ¾.
El discurso ante los empresarios españoles y ante el auditorio de Davos explica claramente que la apuesta del presidente Sánchez es la de un cambio de sistema, del régimen político inaugurado por la Constitución, hacia otro modelo que se le antoja más moderno. Pero sobre todo más estético y que le asegura el poder. ¿Ese cambio es bueno o malo?
Felipe González y Alfonso Guerra presentaron la llegada del PSOE a la España de 1978 con trajes de pana. El primero lo llevaba de color marrón y Guerra lo tenía verde. José Maria Aznar simbolizaba su etapa con los baños en Oropesa, marcando abdominales. Un antiguo. Sánchez sigue los consejos ideológicos de la moda que impone Magdalena Pérez.
Pero cuando has dejado claro que tu opción es el bonito abrigo de Juma (agotándose a la carrera en la venta on line), dejas también claro que aunque te dibujen como icono del mal que asola España ese mal es bello: un hombre maduro, moderno, con una estética mundial. Verlo hablando en Davos era belleza política. El mal es bello, es estético. Y será el gran tema de debate en los lustros que vienen. La atracción del mal, como dice Emilio LLedo.
La progresía que predica Sánchez es moderna. En Francia Macron intenta que los franceses superen el pesimismo y la resignación. En España Sánchez soluciona la incertidumbre con la rabiosa moda de su Islandia III y los bares a tope. El mal es glorioso. Por eso el Partido Popular no es capaz de gobernar, aunque gane elecciones. Van de buenos. Y quedan antiguos, como Aznar.
El mal como tal se instaura a partir de considerarse bello, dominante. Un día repartes unas subvenciones sociales para contentar el voto cautivo y al otro te pones el Islandia III que engancha la modernor y los progres. En 1968 se vendían trencas como uniforme, luego trajes de pana y ahora abrigos de Joma. La derecha no ha conseguido siquiera imaginar su vestimenta más allá de los pantalones de Manuel Fraga.
Ese abrigo es el arma de combate contra los neoliberales. El mal ya no es como creen Feijóo, Mazón o Abascal. El mal es bello, marca moda y, lo más importante, impone lo correcto como si fuera el bien. Son emociones, que encantan a los consumidores progres. A los del IBEX hay que contentarlos con datos.
En Cadena SER, en El País y en toda la progresía mediática llevan días crucificando a Rafa Nadal por “venderse” al petróleo de Arabia Saudita y no asumir la corrección de la pobreza. La Santa Inquisición vestida de Joma. Con mucha estética, en loa de mayores valores y siempre maldiciendo lo que ganan los ricos, la progresía española arremete contra un “buen chico” que se ha vendido a los árabes que maltratan a las mujeres. En ningún lado aparece lo que cobra esa progresía o lo que deben sus empresas. El mal es estético y no puede hablar de eso.
El mal es bello, es estético, y ese nuevo Santo Oficio cumple una función paralela al discurso de Sánchez contra el neoliberalismo. El nuevo socialismo exige estética porque para feos ya están Otegui, Puigdemont y el propio Feijóo cuando se disfraza de Abascal. La belleza del mal contra Nadal, aunque cuando defienden la Palestina bíblicamente atormentada no hablan de como tratan aquellos hombres a sus mujeres.
Por eso Sánchez sube en las encuestas del CIS, incluso en lo que definen como los peores momentos de Sánchez, porque no va de malo, que es el que siempre se lleva la chica, que es el Palacio de la Moncloa.
La gente quiere el mal.