Si usted ve un bonito y joven pastor alemán arrastrando los cuartos traseros sin poder apenas caminar, que sepa que es un animal producto de cruces y maltratos genéticos.
Los humanos ya ejercemos el mal con nosotros mismos y ahora, por pura soberbia, estamos haciendo barbaridades domésticas con una raza de perros: el pastor alemán.
En pocos días he encontrado a propietarios de esta raza que tienen sus perros enfermos porque de forma rápida y aunque sean jóvenes y fuertes contraen displasia.
Y la causa es muy simple. La enfermedad de estos animales es producto del ansia de exhibicionismo de los humanos.
Un ciudadano tiene un pastor alemán joven, en aparente buen estado, y por el afán propio y de un amigo por tener más animales de esta raza lo cruza con una hembra sin más control que su pobre conocimiento.
De ahí sale una camada que ya tiene la displasia. A los tres o cuatro años esos animales ya van renqueando.
La genética es causa primordial, pero también hay otras razones que pasan de padres a hijos. Y lo cierto es que crecen exponencialmente los perros enfermos.
Porque los que se quedan con los cachorros aseguran a otros amigos un perro precioso de esa raza. Y vuelven a cruzar estos descendientes con otros pastores. Y la enfermedad sigue adelante.
Como digo en mi novela ESTAS MUERTO, CABRON, el mal acaba procreando y jugando con la muerte hasta de los animales. Es el capricho y la soberbia de los humanos.