La soledad que trajo el confinamiento por el COVID. fue la mejor excusa para alargar el tiempo. El día tenía 24 horas y todas aprovechables para tus propias obligaciones y las mejores devociones.
Por mi parte, esa soledad me provocó picores en el estómago. Y cuando me cansé de revisar internet para encontrar un motivo (ir al médico era saturar más los centros de salud) encontré la causa en una frase de José Martí Pérez, escritor cubano: ‘’En la vida hay que tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro’’.
Había hecho de todo un mucho, pero esa frase me golpeaba la cabeza. Me picaba todo el cuerpo. Y a base de repetirla concluí que había plantado muchos árboles y tengo tres hijas (todo muy físico y emocional), pero en los libros escritos no me sentía realizado.
—¿Y de qué podría escribir una novela?, me pregunté en la soledad del confinamiento.
Y escuchar el ruido de la calle y de la gente me dio la respuesta: del mal. Con el virus ha llegado una clarividencia social: el mal existe. Y no solo es cosa del demonio. Alguien ha dejado escapar el virus, alguien asesina mujeres, alguien olvida abuelos en un asilo o alguien fabrica mal las mascarillas para ganar más dinero.
—¿Por qué no escribir acerca del mal?
Y empecé a tejer:
— ¿Qué escribo del mal? ¿Cómo?
—¿Quiénes pueden ser malos?
—¿Pueden ser juzgados por ser malos?
—¿Las mujeres son más malas que los hombres?
—¿Los hombres son malos porque quieren ser machos Alpha?
Igual tejía que destejía en aquellos meses de 2020, buscando novelar el mal.
Y empecé a acumular libros, películas (‘El abogado del Diablo’ con Al Pacino interpretando al Diablo), frases y cursos. También recuperé los apuntes de un curso en la ‘Fundación Montemadrid’ sobre la belleza del mal. Tres grandes hombres que marcaron la cultura occidental creaban belleza durante el día y mataban por la noche. Caravaggio, Marlowe y las armonías distorsionadas de Gesualdo fueron el punto de arranque.
En 2020 empecé a esbozar lo que sería un guion de la novela que completaría mi vida, según las reflexiones del confinamiento. Tejí un guion. Lo destejí. Hice otros. Los volví a destejer cual Penélope. Mareante. Hasta que alguien me explicó que otros aspirantes habían trabajado con fichas sobre un corcho.
Me puse manos a la obra e hice cien fichas con guion, frases, ideas, narradores, argumentos, personajes, tiempos, espacios, citas…Y cuando tenía la cabeza en cien fichas me encontré desamparado. El mal podía ser el argumento filosófico de una novela.
—Pero esto es una novela, no un libro de ensayo, me dije. Y todo a la papelera.
Tejer y destejer durante más de seis meses, sin la ventaja del confinamiento. El tiempo volvía a ser una amenaza.
—¿Y si por fin las mujeres y otros humanos deciden vengarse en otros porque se sienten víctimas del mal?
—¿Pueden esas mujeres matar a quién las ha maltratado siguiendo lo del ‘ojo por ojo’?
—¿Qué puede considerarse maltrato?
Y ahí tuve que abrir un paréntesis temporal para confiar mis ideas a terceros. Ahora cualquiera escribe un libro, pero pocos merecen la pena leerlos. En España se publican más de doscientos cincuenta libros cada día. ¡CADA DIA!
—¿Quién va a leer mi libro?
Pero eso lo dejo para el capítulo siguiente.